Los recuerdos de un chileno que vivió en el Irak ocupado de 2004

PUBLICADA ORIGINALMENTE EN LA TERCERA

Los iraquíes miran con desconfianza. Da lo mismo que viajes en un simple taxi Toyota de año indeterminado, te mezcles con el tráfico y el calor del barrio de Al Karrada, en Bagdad, esquivando los prepotentes carros blindados del Ejército de Estados Unidos como el resto de los conductores. 

Da lo mismo. 

El detector de occidentales era una de las pocas cosas que funcionaba en la capital de Irak. Todos saben que en ese taxi viaja un extranjero… Otro occidental que viene a documentar la ocupación militar norteamericana que hace un año se había presentado, con misiles y bombardeos aéreos, como el día de “liberación para Irak”.

Es 17 de marzo de 2004. Saddam Hussein está en prisión y los ahora liberados intentan volver a su vida anterior sin dejar de maldecir a un grupo de casi adolescentes armados que se refugia en los cascos y tanques del US Army.

1 Un giro en la vida cotidiana

Farouk, el chofer del taxi, chapurrea en su inglés básico que la vida en Bagdad ha cambiado demasiado. No es sólo convivir con un Ejército invasor ni con calles cortadas ni los escombros de los bombardeos. El iraquí se siente inseguro. No es sólo un dictador al que tienen que aguantar. El país está divido entre chiítas y sunitas que deciden no sólo luchar contra los ejércitos de la coalición, sino que también comienzan un fratricidio interminable. El fundamentalismo religioso, prohibido por Saddam Hussein, se había tomado la sociedad iraquí. 

Farouk, amargo, alega que ya no se puede caminar tranquilamente por la avenida Abi Nawas, parar por un té o pasear a un costado del río Tigris y detenerse para sentir el aroma de los peces que cocinan en los carritos. “No hay alegría en esta ciudad”, apunta Farouk señalando una barrera de concreto que protege el check point de soldados que controla el acceso al hotel Palestine y sus alrededores. Bagdad sólo huele a diesel.

2 Convivir con atentados

Todos los días, puntuales, a las 8 am, una explosión sacude Bagdad. Somnolientos, con resaca o con hastío, fotógrafos y periodistas extranjeros suben a los techos de sus hoteles para auscultar el horizonte y buscar dónde explotó el autobomba.  Todos los días es un lugar distinto y el objetivo es el mismo: soldados de Estados Unidos o contratistas del Gobierno. Caen unos pocos extranjeros con las bombas. La onda expansiva sólo acumula muertos iraquíes. “Con Saddam, podíamos caminar tranquilos. Ni la Mujarabat se atrevía a llevarte preso en plena calle. El temor era regresar al hogar. Ahora, el temor es salir a la calle”, relata Farouk.

Todos los días explota algo en Bagdad: un cuartel de policía, una escuela, una universidad. Y así, la fila de cortejos de fúnebres al cementerio de Najef nunca termina. El estrés de los iraquíes es impresionante.

Nassim, uno de los mozos del hotel Al Fanar, sufre de jaquecas desde que comenzó la guerra en marzo de 2003. Dice que apenas puede dormir y pasa el día angustiado por su familia. Todos los día le pide a los periodistas norteamericanos que le regalen píldoras de Tylenol, el analgésico que le calma el dolor de cabeza.

3 Una revolución a escala nacional

No importaban los atentados ni que a cuadras te identificaran como extranjero, los reporteros podían salir con cierta calma a recorrer los barrios de Bagdad. Pero el 31 de marzo cambió completamente. El ataque a un convoy de contratistas de Blackwater, que se dirigía a la ciudad de Fallujah y que terminó con los cuatro mercenarios colgados de un puente, provocó un cambio en la actitud de la población hacia Estados Unidos y sus aliados. 

Al día siguiente, durante una manifestación frente al cuartel de la Autoridad Provisional de Gobierno, se advertía que la actitud de los iraquíes era distintas. Había rabia y la resignación general de semanas atrás ahora era indignación.

Días después, las imágenes de prisioneros torturado en Abu Grahib -la infame cárcel de Saddam ahora en manos americanas- colmaron la paciencia. Las protestas ya no eran simples reuniones pacíficas. Ahora los gritos de “Kela, Kela, USA” (Muera, muera USA) retumbaban en las paredes de los palacios de Saddam ocupados por soldados del Ejército de EE.UU.

La poca hospitalidad que quedaba comenzaba a desaparecer y cada vez eran más comunes las miradas de reojo, sospechosas, que empezaron a espantar a los pocos extranjeros que llegaban a hacer negocios a Irak. La aparición de Al Zarquawi, el insurgente sunita y representante de Al Qaeda en el país, infundió temor. La venganza iraquí ya era una realidad.

4 Fallujah

En Fallujah, al norte de Bagdad, los puestitos de Kebab tienen la cortina abajo. Nadie se asoma para probarlos. Hay toque de queda y el fuego cruzado entre insurgentes y soldados americanos es intenso. Unos pocos podemos entrar a la ciudad y observar los estragos de la batalla. 

Afuera, muchos ciudadanos quieren volver para ver si algo de sus bienes quedó en pie. La respuesta norteamericana al ataque del convoy de Blackwater fue feroz; la resistencia iraquí fue dura. Al mes, Estados Unidos decide suspender las operaciones. 

Algunos puestos de Kebab pueden abrir por un tiempo. La ciudad retoma la normalidad controlada por la insurgencia, pero a los meses volverán a entrar los camiones con soldados para retomar el control y esconder el fracaso de los generales estadounidense.

5 Democracia

“No necesitamos democracia. Queremos una mano fuerte que nos gobierne”, alega Farouk mientras llena el estanque de bencina de su auto. Le paga con 1.500 dinares (un dólar) y el empleado de la estación se va feliz. Hasta propina le quedó.

A pesar de la escasez de combustible, los iraquíes todavía tienen petróleo barato. No importa que haya refinerías como Al Dora que funcionan a medias o que cada cierto tiempo las reservas para la ciudad estén a punto de agotarse, la bencina es más barata que el agua.

No hay ciudadano que crea que las tropas no están ahí por el petróleo. No había armas de destrucción masiva ni nada parecido. Sólo petróleo. 

La atmósfera continúa tensa. Es junio de 2004 y la Casa Blanca tiene programado entregar el poder a los iraquíes en una democracia hecha con el prisma americano, pero sin considerar la división del país. 

El 28 de junio, el gobierno interino recibe el poder. 

Nada cambió. El mismo olor, los mismos soldados, las mismas bombas a la 8 am. 

Y Farouk es claro: le entrega todo el petróleo de Irak a Bush a cambio de que los soldados se devuelvan con su democracia y armas.